Llueve. El agua golpea con
insistencia el alar de los tejados, el pretil de las ventanas, el suelo
incólume de barro. Hace frío; ese frío húmedo y denso que se mete en los huesos
del alma. El duro invierno me devuelve a la niñez. ¡Ah, aquellos inviernos de
antes, con sus tormentas, sus temporales, sus carámbanos por las mañanas,
cuando el agua de los cubos, de las pilas y de los charcos, amanecía congelada
esperando que los niños, camino del colegio, la golpeáramos devolviéndola a la
vida.¡
Dicen que cambió el clima. (Fatuo
ego de seres humanos) ¡ Nos creemos tan importantes ¡ La tierra, el clima, la
naturaleza, tan solo juega con nosotros, con nuestra petulancia. Y en nuestro
orgullo, disparado y desmedido, creemos que dominamos nuestro entorno hasta que
éste, de cuando en vez, nos devuelve a nuestra cruda realidad.
Llueve más que nunca y hace frío,
mucho frío. Frío de brasero de cisco removido a golpe de badila. De sabañones y
cabrillas de viejos sentados en la mesa camilla. De colchones húmedos de lana
que acogían nuestro cuerpo caliente hasta hacer con él un molde perfecto. Frío
del pasado que cala nuestros cuerpos e inunda las almas de realidad y miseria.
Hombres mediocres que juegan a ser dioses de barro y metal. Hombres, solo
hombres. Poco más que sueños de evolución.
Invierno... , solo invierno.
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