Amanece nublado. El cielo, gris y plomizo, amenaza lluvia. Ojalá lloren con abundancia las nubes y sacien la sed de nuestros campos. Tal vez el repiqueteo de las gotas en las almenas se mezcle con los ecos de escudos que chocan entre si o de lanzas que se alzan amenazantes. Nuestro castillo, como todos, tiene su historia de luchas y batallas, de intrigas y de muertes. Todo lo que rodea al hombre, real o imaginario, se relaciona con la señora de la guadaña.( !Que implacable su presencia desde nuestra cuna.!) Y esta fortaleza también tiene muerte y destrucción. De hecho, hasta en su recinto se muestran las huellas del acero y la pólvora y parte de sus murallas cayeron con estrépito en alguna de sus batallas... Rodaron las piedras entre los olivos
 y se mezclaron con la sangre y el barro de la tierra 
hasta quedar inmóviles,
 durmientes...
 Desde entonces, su herida sangra y el hueco de piedra se abre en su estructura, amenazando su integridad y quitando esplendor a su altivez. Es un castillo herido como el alma de sus ocupantes, de sus fantasmas, de los espectros que pasean por su patio de armas rememorando su oscuro pasado. Y es que en nuestro pueblo imaginario también existen las leyendas de pasión, de espectros que se niegan a dejar nuestro mundo y viven en los sueños de los lugareños...
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Hace algunos años, con más voluntad que acierto, intentaron cambiar la faz de nuestra fortaleza. Pero claro, las piedras y los fantasmas no entienden de voluntades y progresos y aquello no funcionó. Además de seguir con la herida de sus murallas, el patio de armas se llenó de hormigón y ladrillos que, tras su abandono, fueron cayendo en la desidia y la desatención. Es curioso contrastar como las nuevas construcciones envejecen a un ritmo y con una rapidez que nada tiene que ver con el deterioro de las milenarias piedras. Pareciera que lo antiguo es lo moderno y lo moderno vetusto. Ahora se pretende rectificar lo realizado y devolver a los espectros lo que de los espectros es. Ya veremos....

Al socaire del Castillo y orientada al esplendor del sol poniente, se alza la ermita de San Juán Evangelista, el querido discípulo de Jesús. Actualmente restaurada, acoge eventos culturales y muestra el esplendor de sus piedras y cubiertas; pero no ha mucho, su recinto era cobijo de bestias y críos que jugaban y escalaban sus paredes en busca de nidos de rapaces. En la veleta de su espadaña anidaban las cigüeñas y en alguna ocasión la furia de los elementos en forma de rayos destruyó parte de su estructura. Afortunadamente pudo ser rescatada de la desidia y la inclemencia y ahora nuestros jóvenes pueden admirar lo que en tiempos acogió el culto de sus antepasados. Recuerdo que en mi infancia, los amigos nos adentrábamos en aquel  recinto semidestruido y dejábamos pasar el tiempo entre sus piedras, sin valorar su historia, ni ser conscientes que los "lugares", terminan formando parte de nuestras propias vidas, como un amigo inseparable que nos acompaña allá donde nos encontremos.

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Bajo la sombra del gran árbol de la sabiduría, amparado por sus protectoras ramas cubiertas de hojas, preguntaba el discípulo: "Maestro, ¿Qué es lo más importante de este árbol que nos cobija?, y el maestro, ausente y pensativo contestaba: "Lo más importante es lo que no ves..."
Hace años nuestro pueblo llegó a tener más de 4000 habitantes. Ahora, al pasear por sus calles, muchas de sus casas presentan sus puertas cerradas y señales de abandono. Hay gente que de vez en cuando vuelve y se reencuentra con sus raíces; pero otros se fueron para no volver. Me apenan estos últimos, aún no han descubierto que lo más importante de la vida es lo que no  vemos, las raíces que nos mantienen unidos a la tierra donde nacimos...
Cerca de los 50 la vida es como el río que busca afanoso el mar. O tal vez, como el ocaso esplendoroso que ilumina el alma, previo a la llegada del reino de las sombras...
Aun con nuestro aspecto actual, no somos mas que copias de nosotros mismos, de esa imagen ideal que guardamos para siempre en un recóndito lugar de nuestro corazón. Por eso, aunque nos miremos de reojo en los espejos que nos insultan con sus reflejos, no creáis que veis lo que veis, ya que solo os devuelven el inexorable descontar de las horas que nos quedan... 
En cambio los pueblos viven su vida propia en cada generación que los habita, en cada nuevo niño que nace en él. Y todo muta, y todo cambia como el color de las sombras en la noche, como la luz que nos ofrece el nuevo día...
 

ALANÍS, un pueblo imaginario...8

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Desde el castillo, según bajamos por un camino angosto y empinado, que antaño estaba pleno de zarzas y moras, salimos a la plaza de la iglesia. Allí, la torre, vigilante, nos contempla erguida y majestuosa, intentando abrazar el cielo. Hogar de cigüeñas y palomas, con su reloj y su veleta señalando al viento. En lo alto sus campanas repican, ora gloria, ora agonía y asustan a las aves que revolotean un instante para luego volver. La Iglesia es señal de nuestra cuna y de nuestra agonía. Ella nos ve nacer y nos marca en el bautismo y luego, nos despide en duelo por la calle del adiós. Allí, en su plaza, juegan los niños a ser hombres y sueñan los viejos con ser niños. Es el centro de nuestro imaginario pueblo y en sus bancos y entre sus flores la vida pasa imperturbable generación tras generación...

Estamos en Navidad. Llueve. El invierno nos atrapó con su tejida red de nubes. Hace días una estrella se instaló en el torreón de nuestro castillo. De noche, se ilumina y alumbra las milenarias piedras. Parece que nos quiere indicar el camino. Un camino que a veces nos cuesta encontrar. No obstante, hoy es Navidad. Felicidades.

Hace ya muchos años, en un viejo convento de nuestro imaginario pueblo, donde los "hombres de Dios oraban", ubicaron un colegio. En sus aulas encaladas, niños de varias generaciones aprendieron a ser hombres. Y los años pasaron y pasaron. Y los niños crecieron y crecieron. Y otros niños vinieron y se formaron. Y así, durante mucho, mucho tiempo. Tanto, que las aulas encaladas se fueron haciendo viejas. Y las viejas tejas se fueron desgastando y las paredes sufrieron el inexorable fluir de Kronos. Y un buen día, hombres que por allí pasaron, vieron que el viejo colegio ya no servía. Tiempos nuevos para hombres nuevos. Niños de nuevas generaciones que necesitaban instalaciones acordes a los tiempos que vinieron. Y el viejo convento casi se vino abajo. Y aquel invierno, que nos recordó los inviernos de antes, cuando llovía y llovía, las encaladas aulas ya no aguantaron más. Y yo, que también estuve allí, me acordé de los años fríos. De las mañanas heladas y los carámbanos. Del brasero de cisco en los pies del maestro, en su tarima. Y de otros niños con frío de otros tiempos....
Ahora, necesitamos un nuevo colegio, pero no hay dinero. ¡ Qué extraño ¡ ¡Quién diría que en la era de la modernización, de la "imparable", de la "nuestra", el dinero se acabó.¡
Cosas de la época que nos tocó vivir, la era de los mediocres....

Llueve. El agua golpea con insistencia el alar de los tejados, el pretil de las ventanas, el suelo incólume de barro. Hace frío; ese frío húmedo y denso que se mete en los huesos del alma. El duro invierno me devuelve a la niñez. ¡Ah, aquellos inviernos de antes, con sus tormentas, sus temporales, sus carámbanos por las mañanas, cuando el agua de los cubos, de las pilas y de los charcos, amanecía congelada esperando que los niños, camino del colegio, la golpeáramos devolviéndola a la vida.¡

Dicen que cambió el clima. (Fatuo ego de seres humanos) ¡ Nos creemos tan importantes ¡ La tierra, el clima, la naturaleza, tan solo juega con nosotros, con nuestra petulancia. Y en nuestro orgullo, disparado y desmedido, creemos que dominamos nuestro entorno hasta que éste, de cuando en vez, nos devuelve a nuestra cruda realidad.

Llueve más que nunca y hace frío, mucho frío. Frío de brasero de cisco removido a golpe de badila. De sabañones y cabrillas de viejos sentados en la mesa camilla. De colchones húmedos de lana que acogían nuestro cuerpo caliente hasta hacer con él un molde perfecto. Frío del pasado que cala nuestros cuerpos e inunda las almas de realidad y miseria. Hombres mediocres que juegan a ser dioses de barro y metal. Hombres, solo hombres. Poco más que sueños de evolución.

Invierno... , solo invierno.


Oigo ruidos de voces. Murmullos que suenan como lejanos ecos vacíos. Provienen de la plaza que sirve de ágora imaginaria. A veces se oye como una musiquilla melodiosa que se reviste de sedas y velos. Otras, como gritos destemplados que ensordecen el leve murmullo del viento amigo. Extrañas discusiones sobre no se qué escandaloso sexo de los ángeles. ¿Acaso suenan a buenos y malos?...
Me pregunto qué impulsa a los hombres a interpretar las palabras. Si aprendiéramos que las palabras son solo eso, palabras, tal vez nos iría mejor a la hora de interpretar sueños ajenos, ilusiones, vanas o preñadas de razón. Los comentarios son solo eso, comentarios. ¿Sabe alguien el significado exacto del término...?