Alanís es un pueblo imaginario, escondido en ninguna parte y que a ninguna parte va. Tal vez por eso resulta a veces tan real. Tanto, que podríamos incluso situarlo en un mapa al norte de la muy noble y antigua Hispalis. Las montañas de sierra morena lo abrazarían con sus últimas estribaciones y allí, pequeñito y semioculto, se extenderían sus exíguas calles y sus cuadriculadas plazas.
Octubre 2009 Archives
En ese pequeño punto del globo, tan diminuto como un grano de arena de la playa, tan minúsculo como una gota de agua del mar, estaría acomodado nuestro pueblo. Tranquilo, lento, pausado, se diría que el tiempo allí sucede a cámara lenta. Extraño caleidoscopio que se presentara ante nuestros ojos con sus imágenes limpias, nítidas, relajantes. Así es Alanís, mágico y ufano de si mismo. Imaginario y real...
Bien, ya tenemos ubicado nuestro pueblo, ahora debemos vestirlo con mimo y delicadeza, con esmerada fruición. Lo primero que compondremos será su castillo. Si, su castillo. Todo pueblo que se precie tiene su fortaleza y el nuestro no podía ser menos. En lo más alto de un precioso otero y de planta octogonal, se yergue dominante, majestuoso, envuelto en piedras milenarias. Altivo y desafiante. Y eso a pesar de estar herido. Si, nuestro castillo está herido. Y no ha sido solo por el paso del tiempo. Pero eso es otra historia...
Amanece nublado. El cielo, gris y plomizo, amenaza lluvia. Ojalá lloren con abundancia las nubes y sacien la sed de nuestros campos. Tal vez el repiqueteo de las gotas en las almenas se mezcle con los ecos de escudos que chocan entre si o de lanzas que se alzan amenazantes. Nuestro castillo, como todos, tiene su historia de luchas y batallas, de intrigas y de muertes. Todo lo que rodea al hombre, real o imaginario, se relaciona con la señora de la guadaña.( !Que implacable su presencia desde nuestra cuna.!) Y esta fortaleza también tiene muerte y destrucción. De hecho, hasta en su recinto se muestran las huellas del acero y la pólvora y parte de sus murallas cayeron con estrépito en alguna de sus batallas... Rodaron las piedras entre los olivos
y se mezclaron con la sangre y el barro de la tierra
hasta quedar inmóviles,
durmientes...
Desde entonces, su herida sangra y el hueco de piedra se abre en su estructura, amenazando su integridad y quitando esplendor a su altivez. Es un castillo herido como el alma de sus ocupantes, de sus fantasmas, de los espectros que pasean por su patio de armas rememorando su oscuro pasado. Y es que en nuestro pueblo imaginario también existen las leyendas de pasión, de espectros que se niegan a dejar nuestro mundo y viven en los sueños de los lugareños...
Hace algunos años, con más voluntad que acierto, intentaron cambiar la faz de nuestra fortaleza. Pero claro, las piedras y los fantasmas no entienden de voluntades y progresos y aquello no funcionó. Además de seguir con la herida de sus murallas, el patio de armas se llenó de hormigón y ladrillos que, tras su abandono, fueron cayendo en la desidia y la desatención. Es curioso contrastar como las nuevas construcciones envejecen a un ritmo y con una rapidez que nada tiene que ver con el deterioro de las milenarias piedras. Pareciera que lo antiguo es lo moderno y lo moderno vetusto. Ahora se pretende rectificar lo realizado y devolver a los espectros lo que de los espectros es. Ya veremos....
Al socaire del Castillo y orientada al esplendor del sol poniente, se alza la ermita de San Juán Evangelista, el querido discípulo de Jesús. Actualmente restaurada, acoge eventos culturales y muestra el esplendor de sus piedras y cubiertas; pero no ha mucho, su recinto era cobijo de bestias y críos que jugaban y escalaban sus paredes en busca de nidos de rapaces. En la veleta de su espadaña anidaban las cigüeñas y en alguna ocasión la furia de los elementos en forma de rayos destruyó parte de su estructura. Afortunadamente pudo ser rescatada de la desidia y la inclemencia y ahora nuestros jóvenes pueden admirar lo que en tiempos acogió el culto de sus antepasados. Recuerdo que en mi infancia, los amigos nos adentrábamos en aquel recinto semidestruido y dejábamos pasar el tiempo entre sus piedras, sin valorar su historia, ni ser conscientes que los "lugares", terminan formando parte de nuestras propias vidas, como un amigo inseparable que nos acompaña allá donde nos encontremos.
Bajo la sombra del gran árbol de la sabiduría, amparado por sus protectoras ramas cubiertas de hojas, preguntaba el discípulo: "Maestro, ¿Qué es lo más importante de este árbol que nos cobija?, y el maestro, ausente y pensativo contestaba: "Lo más importante es lo que no ves..."
Hace años nuestro pueblo llegó a tener más de 4000 habitantes. Ahora, al pasear por sus calles, muchas de sus casas presentan sus puertas cerradas y señales de abandono. Hay gente que de vez en cuando vuelve y se reencuentra con sus raíces; pero otros se fueron para no volver. Me apenan estos últimos, aún no han descubierto que lo más importante de la vida es lo que no vemos, las raíces que nos mantienen unidos a la tierra donde nacimos...
Cerca de los 50 la vida es como el río que busca afanoso el mar. O tal vez, como el ocaso esplendoroso que ilumina el alma, previo a la llegada del reino de las sombras...
Aun con nuestro aspecto actual, no somos mas que copias de nosotros mismos, de esa imagen ideal que guardamos para siempre en un recóndito lugar de nuestro corazón. Por eso, aunque nos miremos de reojo en los espejos que nos insultan con sus reflejos, no creáis que veis lo que veis, ya que solo os devuelven el inexorable descontar de las horas que nos quedan...
En cambio los pueblos viven su vida propia en cada generación que los habita, en cada nuevo niño que nace en él. Y todo muta, y todo cambia como el color de las sombras en la noche, como la luz que nos ofrece el nuevo día...