Amanece nublado. El cielo, gris y plomizo, amenaza lluvia. Ojalá lloren con abundancia las nubes y sacien la sed de nuestros campos. Tal vez el repiqueteo de las gotas en las almenas se mezcle con los ecos de escudos que chocan entre si o de lanzas que se alzan amenazantes. Nuestro castillo, como todos, tiene su historia de luchas y batallas, de intrigas y de muertes. Todo lo que rodea al hombre, real o imaginario, se relaciona con la señora de la guadaña.( !Que implacable su presencia desde nuestra cuna.!) Y esta fortaleza también tiene muerte y destrucción. De hecho, hasta en su recinto se muestran las huellas del acero y la pólvora y parte de sus murallas cayeron con estrépito en alguna de sus batallas... Rodaron las piedras entre los olivos
y se mezclaron con la sangre y el barro de la tierra
hasta quedar inmóviles,
durmientes...
Desde entonces, su herida sangra y el hueco de piedra se abre en su estructura, amenazando su integridad y quitando esplendor a su altivez. Es un castillo herido como el alma de sus ocupantes, de sus fantasmas, de los espectros que pasean por su patio de armas rememorando su oscuro pasado. Y es que en nuestro pueblo imaginario también existen las leyendas de pasión, de espectros que se niegan a dejar nuestro mundo y viven en los sueños de los lugareños...
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